Decimoctava
Madre Admirable,
que inundas al corazón de dulce alegría.
Cerca de Ti ¡oh Madre Admirable! el alma se abre, el corazón se dilata, la alegría canta y algo infinitamente dulce regocija nuestra vida, como se despereza la naturaleza cuando es acariciada por los rayos del sol.
Porque, oh María, Tú eres para nosotros fuente de pura alegría. Nuestra alma no tiene necesidad de respuestas: eres nuestra madre, y eso nos dice todo. Corazón alguno ama al niño como el corazón de su madre. Su amor vela sin tregua, atento a todo lo que pueda amenazar la vida o hacerla florecer. Calma los ímpetus y apremia las indolencias. Es un amor que tiene toda clase de ternura para consolar, de promesas para estimular, de energías para sostener. Sabe ser fuerte y dulce, paciente e incansable, invencible en la esperanza.
¡Oh Madre Admirable!, con este amor maravilloso Tú nos amas. Lo adivinamos, ¡lo sabemos!, y esta certeza nos inunda de dulce alegría.
¡Oh Madre divina!, Tú nos ofreces una alegría todavía más alta: si es verdad que eres nuestra Madre, lo eres todavía más de Jesús. Es a este Jesús, Aquel a Quien Tú nos das. Tú eres en nosotros la madre de la Vida; la Madre de su crecimiento dentro de nosotros; la Madre en nosotros de su Reino.
¡Oh María!, ábrenos a su amor; haz que nos ofrezcamos a su actuar divino. La vida se transforma cuando Jesús se hace dueño de ella. Nos estremecerá entonces una santa alegría y, si Tú la custodias -así como eres su fuente- ninguno podrá quitárnosla.