Decimocuarta
Madre admirable,
junto a quien quisiéramos siempre estar.
¡Oh Madre Admirable!, ¡qué bien se está junto a Ti! ¡Cómo nos gusta mirarte, admirarte, dejar cantar nuestro corazón cuando está lleno de Ti! ¡Eres tan bella! Joven bendita por Dios, eres llena de gracia, llena de pureza, de humildad y de paz. Irradias esos tesoros, esa impronta del cielo, a través de tu recogimiento. Deja que te miremos todavía y nos detengamos aún más al lado tuyo.
¡Detenernos! Pero la vida nos dice: "Camina, camina, el tiempo urge, el camino es largo, no es hora de descanso". Y Jesús nos dice a cada momento: "Levántate, ve hacia las almas que te esperan."
¿Es posible, oh Madre, que Él nos diga "¡camina!" y tú nos digas: "¡ven, siéntate cerca de mí¡"? Tú eres madre, y sabes que las paradas son necesidad de la tierra y, porque Tú quieres que nuestro camino no fracase, nos invitas a ir hacia Ti. "Ven porque te amo, ven para que yo pueda hacerte descansar. Ven para que yo pueda hacerte retomar el camino." He aquí las palabras benditas que dices a todo caminante que se detiene a tu sombra.
¡Cuántas almas has rehecho, cuántas lágrimas has secado, con cuántas sonrisas has iluminado nuestras vidas! Esa es siempre tu parte, ¡oh Madre de Jesús! Sí, porque desde hace más de cien años, tus hijos corren a tus pies. Cien años, y permaneces siempre joven, ¡oh madre Admirable! ¡Y cada vez más bella! Irradias juventud, esperanza, amor; por eso quisiéramos quedarnos siempre a tus pies.
Pero es necesario caminar, partir; es la ley de nuestro servicio. En la aurora de cada día, sin embargo, vendremos a tomar de Ti la dirección de nuestros itinerarios y el coraje para seguir adelante. Y por fin un día nos dirás "¡Basta! Henos aquí en la casa del Padre; yo te he conducido y yo te espero. Entra en el gozo de tu Señor."