Decimosexta
Madre Admirable,
consoladora por excelencia.
¡Oh María!, doce estrellas circundan tu frente, brillan al dulce esplendor de tus virtudes, son símbolo de tu gloria de Madre de Dios. Pero, en tu cielo, en la claridad de la mañana que se alza lentamente en el horizonte, una estrella está todavía encendida: es la estrella de la mañana, aquella que habla de tu gloria de Madre de los hombres. ¡Esa estrella eres Tú, oh María!
Tu claridad se vuelve cada vez más tenue, hasta desaparecer en la plena luz del Sol que se eleva. Tú permaneces humildemente en la sombra, ¡oh Madre de Aquel que se ha llamado 'la Luz'!
¡Estrella que iluminas nuestras noches y anuncias la mañana, sé mil veces bendita!
Las nubes pueden pasar entre nuestros ojos y tu claridad, pero luego desaparecen, mientras Tú permaneces siempre. Tú eres la consoladora de quien busca la luz; del viajero que duda de su camino. Tú eres la esperanza de todos aquellos para quienes la noche es demasiado larga: la noche del sufrimiento que pesa inexorablemente sobre nuestras jornadas. ¡Cuántos seres humanos esperan un mañana que los libere de la inquietud y del ansia! Estrella solitaria, Tú nos enseñas a mirar al cielo. Así es como eres la consoladora por excelencia. ¡Nos hace tanto bien buscar tu dulce luz, oh María! ¡Das tanta claridad a quien Te conoce!
¡Oh Madre de Jesús!, justamente por Ti, por tu bondad, aún en la más densa oscuridad, en nuestro cielo brillará siempre una estrella.