Oncena
Madre Admirable,
remedio de todas las heridas.
¡Oh Madre Admirable!, la paz y la serenidad te rodean. Pero más allá de este horizonte de calma y de dulzura tu mirada adivina el mundo de las almas. Sí, el mundo de las almas con todos sus sufrimientos, todas sus angustias... El mundo de las almas que tan hondamente prueba el dolor. Madre de bondad, ¡posa los ojos en tus pobres hijos, confiados por el amor de Jesús a tu misericordiosa ternura! ¿No es verdad que una madre vela con más amor por el niño que más tiene necesidad de compasión? ¿y que su corazón intuye de inmediato aquello que puede ayudar a sanarlo?
¡Oh Madre!, mira a todos los que sufren. Si Tú los miras, seguramente serán sanados y consolados. Tú, que has contemplado con tanto dolor las llagas de Jesús, descubre, a través de las heridas de tus hijos, el rostro bendito del divino crucificado, y así los amarás aún más.
¡Oh Madre!, mira las heridas de las almas que han perdido la fe en Dios y que quizá están al borde de la desesperación. Mira las heridas del corazón producidas todos los días por la muerte, la separación, la ausencia de los seres queridos. ¡Mira también las heridas mil veces más graves del pecado!
¡Oh María!, toca esas llagas. Tu mano inmaculada no se contaminará y el enfermo comenzará a curarse. ¡Oh Madre de Jesús!, tu remedio, lo sabemos, no consiste siempre en quitar el mal, porque sabes que la cruz es buena y que el sufrimiento nos prueba y nos depura. Tu remedio es mostrarnos el Amor que ha preparado o permitido la cruz. Es verter en nuestras llagas el bálsamo de la humilde adhesión a Dios. Tu remedio, sobre todo, es hacernos comprender el significado de estas palabras: "No temas, yo soy tu Madre". Entonces, ¡oh María!, nos enseñarás a triunfar del mal y a sonreír a la pena.