Vigesimaquinta
Madre Admirable,
que abres a tus amigs el camino del crecimiento interior.
Contemplándote, ¡oh Madre Admirable!, todo nuestro ser queda atrapado por el santo deseo de penetrar en ese mundo de amor y de gracia en el cual tu alma ha fijado su morada. ¿Quién mejor que Tú puede revelarnos la vida interior? ¿Quién mejor que Tú abrirnos a la vida de Jesús y formar en nosotros su semejanza divina? ¡Oh Madre, deja que Te miremos!
¡Tú, Virgen silenciosa!
¡Tú, Virgen humildísima!
¡Tú, Virgen fiel!
¡Virgen silenciosa, tú nos enseñas que el silencio crea en nosotros esa solemnidad que conviene a la espera de Dios. ¡No estamos, acaso, siempre en esa espera?
¡Oh María conserva calma y reservada la morada de nuestra alma donde Jesús desciende todos los días!.
Virgen humildísima, enséñalos que no hay progreso sin una generosa tendencia a la humildad. Los dones de Dios están seguros solamente en las almas que no se atribuyen nada, que son conscientes de su miserias. Enséñanos la pequeñez que sabe ser dócil, que ama servir y después con gusto desaparece. La humildad de tu alma ha subido hacia Dios como una melodía; ha arrebatado su corazón: haz que la nuestra, Lo incline hacia nosotros.
Virgen fiel, tú has siempre respondido a las expectativas de Dios, no has interpuesto ni una sombra de una hesitación entre la llamada de la gracia y la realización; danos esta prontitud en el amor, este impulso lleno de fe. Que nunca nos detenga el sacrificio, sino que en la alegría que centuplica el don, sepamos responder a cada gracia que nos solicita: "¡he aquí la esclava del Señor".