Vigesimasegunda
Madre Admirable,
cuyo recuerdo da reposo al corazón.
Madre Admirable, ¡cuántas generaciones de estudiantes han venido, en sus jóvenes años, a confiar a tu corazón de Virgen y de Madre sus deseos más ardientes, sus sueños del porvenir, la voluntad de hacer de su vida algo grande y valioso, por Dios, por la Iglesia y por el servicio de los demás! Y Tú los has iluminado, estimulado, bendecido. Los años de la adolescencia luego se han esfumado, el contacto con la vida ha quizá hecho pasar sobre estas almas el soplo del escepticismo, del abatimiento. El ideal avistado se ha ocultado. ¿Para qué apuntar tan alto? ¿Porqué no transitar por los senderos habituales en donde el placer bien puede tomar el lugar de la alegría de antes?
¡Oh Madre!, cuando Tú sientas surgir quedos estos murmullos del corazón de tus hijos, cuando adivines el cansancio de las almas que se sienten demasiado solas como para luchar, muéstrales nuevamente tu imagen pura, tu atrayente dulzura.
Al aparecer ella otra vez en su recuerdo, una nueva aurora iluminará su camino. Recordarán las promesas hechas en un tiempo, propósitos hechos a tus pies, cuando la luz brillaba plenamente en su vida.
Tu frente inclinada les dirá que Tú todavía los escuchas; Tu lirio dirá que es necesario custodiar la pureza del alma; el hilo que corre por tus dedos les hará comprender que su vida está en Tus manos. Entonces, fortificados y confiados, tus hijos reemprenderán serenos, bajo tu mirada, el sendero momentáneamente abandonado.