Vigesimoctava
Madre Admirable, de quien solo el nombre nos llama a cumplir con el deber.
¡Oh Madre Admirable! siempre has dicho sí a todo querer de Dios, y has sido, por ello, la criatura más dulce, más libre, más llena de grandeza y de amor.
Ningún llamado de la gracia ha encontrado en Ti sino adhesión, acogida, sumisión, aún cuando te invitaba a ofrendas dolorosísimas.
Bajo los toques delicados o fuertes del Espíritu Santo, no has tenido sino un canto: Dios mío, heme aquí, hágase según tu voluntad.
Esta admirable sumisión, esta conformidad, esta fusión de tu querer con el de Dios, las has realizado en la simplicidad del deber cotidiano.
La intención alta y pura que te animaba, transfiguraba humildemente tus tareas cotidianas y las hacían admirable a los ojos de Dios y de sus ángeles.
¡Oh María!, el "he aquí la esclava" nos expresa esta actitud y nos pide que la hagamos nuestra. ¡Ojalá pudiésemos, como Tu, entender que el cumplimiento generoso y fiel del deber hará de nosotros seres cada vez más libres. Demasiado frecuentemente quedamos prisioneros de nuestras vacilaciones, de nuestras repugnancias. Haznos entender que someterse a Dios, no es servidumbre sino grandeza, y que cada acto de fidelidad es comunión con su poder, con su amor.
Por eso, ¡oh María!, haz que ninguno de nuestros deberes nos parezca nunca pequeño; pueden existir ocupaciones sin relieve, pero no deberes pequeños.
He aquí, ¡oh Madre Admirable!, lo que nos recuerda tu nombre, lo que nos dice tu humilde tarea de hiladora, lo que imprimirá en nosotros tu corazón de Madre.