Decimoséptima
Madre Admirable,
violeta humilde, solitaria y escondida.
Tú eres, ¡oh María!, una flor naciente a la sombra del bosque, una flor que exhala su perfume en silencio, una flor mensajera de primavera y de nueva vida. ¡Oh, tu maravillosa humildad! Te consideras una pequeñísima criatura. La pureza de tu mirada ha penetrado demasiado la grandeza de Dios, para que tu único deseo no sea el de hacerte nada frente a Él, en la más profunda adoración. Tu mirada jamás se ha detenido en Ti, porque Tú, virgen llena de gracia, sabías que todo don viene de Dios. Tu corazón no se ha detenido nunca en el rebosamiento de gracia que corría en tu interior; sino que se ha elevado siempre a su Fuente. Por eso la mirada de Dios se ha complacido en Ti. Él no resiste el perfume de la humildad. Al contrario se inclina hacia la criatura que se le abre y la colma de Sí.
¡Oh María!, flor elegida del cielo, tu corazón estaba siendo preparado para recibir al Hijo del Altísimo y formó al Salvador en el silencio de la vida oculta.
Silencio de tu adhesión.
Silencio de tu paz.
Silencio de tu abandono.
Silencio de amor materno.
Silencio que ha ido llenando poco a poco una sola palabra: ¡Jesús!
Cuando Él apareció sobre la tierra, Tú fuiste, oh María, la dulce mensajera de una nueva primavera. Una nueva luz ha pasado por el mundo; una vida desconocida ha surgido en las almas; toda la humanidad ha exultado de santa alegría. ¡Oh María!, dulce mensajera de una nueva primavera.
¡Oh María!, violeta de Dios, danos la humildad, danos a Jesús.
¡Oh Jesús, renueva la faz de la tierra!