Séptima
Madre Admirable,
que rompes las cadenas de los pecadores más endurecidos
¡Quién podrá decir, oh Madre Admirable, cuántas almas cargadas de pecados han pasado delante de tu imagen! Tu corazón guarda ese secreto.
Algunos han pasado insensibles y desenvueltos bajo tus ojos, guiados de la sola curiosidad. Otros, más conscientes de sus pecados, parecían bien decididos a no salir de la vía del mal en la cual caminaban; otros, finalmente, quizá secretamente atraídos, llevaban en el corazón el duro sufrimiento de la separación de Dios ...
¡Doloroso desfile de pecadores! Pero ¿se puede pasar bajo la luz sin que un rayo nos ilumine?... ¿Se puede pasar bajo tus ojos, ¡oh María!, sin que nos toque la gracia? ... Tú has visto a esos pobres seres y les has tenido piedad, porque sabes que el pecador es prisionero de su propio pecado; no tiene el coraje de las renuncias que le abrirían las puertas de la prisión; no tiene confianza que así haría entrar la luz; no tiene el arrepentimiento que rompería sus cadenas. Pero, ¡oh María!, si en su angustia te mirara aunque fuera solo de pasada, bien pronto las puerta de su prisión se abrirían. Tú tienes las llaves, Tú, la Corredentora que ha sufrido en el alma los dolores de la Pasión de Jesús y ha adquirido sus méritos... Tu mirada se volverá hacia tus hijos pecadores, tus pobres hijos, y les llevará la luz; tus brazos se abrirán para acogerlos; tu compasión los hará llorar de ternura; tu dulzura los conquistará; tu fuerza los liberará; tu prudencia los hará regresar al camino del bien.
¡Oh fidelísima!, constante en seguir con tu mirada a aquellos que has liberado: son frágiles y la subida es dura para sus pasos inciertos. Continúa siendo para ellos Aquella que nos guarda y custodia. Te necesitamos, ¡oh Madre Admirable!