Octava
Madre Admirable,
que nos inspiras el desprecio de los placeres y honores mundanos.
¡Oh Madre Admirable!, puesto que la Sabiduría habita en Ti, tú no desprecias las alegrías y bellezas de la tierra. Tu mirada llena de luz sabe descubrir, allí, la presencia y la acción de Dios.
Tú amas el candor del lirio: ¡te habla de la Providencia divina que lo ha revestido de belleza! Tú admiras la naturaleza que te rodea y la aurora palpitante de vida que te habla de Aquel que tiene en sus manos toda la creación.
Tú amas todo lo que te hace descubrir una traza de Dios. Pero, porque hay placeres que pueden poner un obstáculo entre El y nosotros, nos enseñas, con tu ejemplo, a servirnos de las criaturas y no a estarles sujetas. Bajo el influjo del Espíritu Santo, tu alma ha ido poco a poco creciendo en santa libertad. Tú no has permitido que la más mínima seducción de las cosas creadas atrapara por un instante tu mirada, de la cual Dios ha custodiado celosamente la absoluta pureza. ¡Oh Madre Admirable!, tus ojos bajos no desprecian los bienes de este mundo, pero los superan, porque han visto la Belleza: ¡tan cercano a Ti está Dios! ...
¡Oh Madre!, levanta nuestra mirada a las cimas donde se fijan tus ojos. Así valoraremos más fácilmente la justa medida de las criaturas y recogeremos, en las alegrías de aquí abajo, la gota de amor que Dios les ha puesto para hacernos pregustar el infinito amor que nos espera en El por la eternidad; entonces nos liberaremos de todo aquello que no nos habla de El.